viernes, 21 de marzo de 2008

Nunca te des vuelta en el adiós




Caminé dos pasos y sentí su mirada clavada en mi nuca. Me di vuelta, la miré, me miró, creí, se rió. No tenía ni un diente, igual… yo no la quería para comer turrones. En ese instante me desperté bruscamente dando vueltas en mi cama completamente transpirado. Esa pesadilla había sido horrible. Era imposible que Eugenia, alias la chica de mis sueños, alias la más hermosa que había visto jamás, no tuviera… no… no era posible. Ese final debía ser una mala pasada de mi inconsciente.


Eugenia era una compañera de la facultad con la que cursaba Psicoanálisis I y desde que empezamos a leer a Freud, no podía dejar de soñar con ella. Esto me empezaba a preocupar porque temía que ella se volviera una obsesión.


Esa tarde justo la vi y algo pasó en mi interior. No se bien definir qué, sólo podría decir que gracias a ello me animé a pedirle unos apuntes. Me dijo que me los prestaba siempre y cuando se los devolviera en unos pocos días, porque justo iba a empezar a preparar esa misma materia. Feliz por lograr un primer contacto con ella, me fui a casa muy contento, leí sus apuntes, los fotocopié y me prometí alcanzárselos en la siguiente clase. Llegado el día busqué desesperadamente aquellas hojas sin suerte. No sabía cómo disculparme, así que le propuse llevárselos a su casa por la noche si le parecía bien y por suerte, así fue.


Llegué a su casa, toqué timbre y esperé. Estaba muy nervioso, ansioso, qué se yo. Cuando abrió la puerta sentí que el corazón se me salía de la garganta y encima ella podía escucharlo. Pasé, tomé asiento y me invitó unos mates. No podía creer lo que estaba sucediendo. Casi sin darme cuenta nos quedamos horas hablando de nuestras vidas. Me contó que vivía sola porque su amiga se había casado hace unos meses y que a pesar de extrañarla, poco a poco se acostumbraba a la soledad. Luego de tanta charla, me levanté tímidamente, tomé mis cosas y le dije que mejor la dejaba estudiar. Me acompañó hasta la puerta, siguió la charla y antes de despedirnos del todo, me dejé llevar por un impulso y la invité a salir. Sus labios no se movieron. Por un instante creí que se había molestado, pero enseguida respondió que sí animosamente. ¡No cabía en mi asombro! De mis sueños a la realidad en apenas unas semanas. De camino para casa su “Bueno te espero” se repetía una y otra vez en mi mente.


Llegó el gran día y ahí me encontré frente a su puerta. Ella estaba espléndida. Más hermosa que nunca. Fuimos a cenar a uno de esos lugares formales donde la luz es tenue y los platos además de exquisitos, minúsculos. Después del postre le propuse ir a bailar y así fue cómo entre copa y copa, en otro ambiente oscuro nos seguimos mirando fijamente a los ojos, como esperando algo más.


Se hizo tarde, ella sugirió volver y obviamente la llevé hasta su casa. La acompañé hasta la puerta, la despedí con un tierno beso y giré. Caminé dos pasos y sentí su mirada clavada en mi nuca. Me di vuelta, la miré, me miró, me reí, se rió. No tenía ni un diente, igual… yo no la quería para comer turrones.

1 comentario:

Ana Laura dijo...

Todos soñamos alguna vez con "lo vi, me vio, nos miramos y... nació el amor". Todas deseamos en algún momento de nuestras vidas los besos apasionados de Arnaldo André, o las caricias perfectas de Facundo Arana. Ahhhh, ¡ese sueño de hadas tan perfecto y encantador, con príncipe azul, castillo, y hadas madrinas!

Pero en la vida real, el príncipe anda medio desteñido y con la capa medio manchada. El castillo tiene gotera, y las hadas madrinas están de paro. La vida real se trata de eso, no hay edición ni photoshop, es pura realidad. Eso es lo encantador!!!!!!!!!